VIDA RELIGIOSA Y BAUTISMO

Los que emprenden la vida religiosa son fieles cristianos, es decir de hombres y mujeres que han recibido el santo Bautismo. Por el Bautismo, como enseña San Pablo a los Roma­nos, participamos de la muerte de Cristo y de su resurrección[1].

 

El religioso por los votos muere al mundo y a sus tres concupiscencias para vivir para Dios; por eso se suele decir que la vida religiosa es como un segundo Bautismo. Enseña la Perfectae Caritatis que la entrega de la vida entera al servicio de Dios "constituye sin duda una peculiar consagración, que radica íntimamente en la consagración del Bautismo y la expresa con mayor plenitud"[2].  Y la exhortación Vita Consecrata: “En la tradición de la Iglesia, la profesión religiosa es considerada como una singular y fecunda profundización de la consagración bautismal en cuanto que, por su medio, la íntima unión con Cristo, ya inaugurada en el Bautismo, se desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada y realizada, mediante la profesión de los consejos evangélicos”[3].

 

Expresa la consagración bautismal, pues por la vida religiosa se intenta morir radicalmente al pecado y a sus vicios, para vivir plenamente la realidad de hijos de Dios. Pero no sólo la expresa, sino que tiene en el Bautismo su raíz. Allí se murió al pecado y se resucitó por la gracia de Cristo. El religioso no pretende otra cosa que liberarse de los obstáculos para "traer de la gracia bautismal fruto copioso"[4]; es decir que el Bautis­mo se viva realmente y en toda su plenitud, de tal modo que se lleve vida totalmente muerta al pecado, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.

 

Enseña San Juan Pablo II que la vida religiosa establece un especial vínculo con Dios Uno y Trino en Jesucristo; un arraigo en Cristo de mayor profundidad y fuerza. Nuevo vínculo que "crece sobre el funda­mento de aquel vínculo original que está contenido en el sacramento del Bautismo". De aquí que se hable de una nueva consagración: cuya novedad es precisamente "la consagración y la donación de la persona humana a Dios, amado sobre todas las cosas"[5].

 

La consagración del Bautismo implica estar muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6,11); “la nueva consagración de la profesión religiosa –sobre la base sacramental del Bautismo–  “es una nueva ‘sepultura en la muerte de Cristo’; nueva, mediante la concien­cia y la opción; nueva, mediante el amor y la vocación; nueva, mediante la incesante conversión”.

 

“Pero sobre todo la consagración religiosa constituye, sobre la base sacramental del Bautismo, una nueva vida 'por Dios en Jesucristo'” vivida en toda su radicalidad.

 

La profesión religiosa, por el hecho de estar fundada en el Bautismo, tiene su fundamento último en Cristo crucificado[6], y al igual que la pasión de Cristo se trata de una muerte para la vida.

 

Recemos por todos los religiosos y religiosas que con verdadero amor a Cristo y a su Iglesia se sacrifican en tantas misiones del mundo.



[1] Cf. Rm 6, 4.

[2] PC, 5.

[3] VC, 30.

[4] LG, 44.

[5] Cf. RD, 7.

[6] Cf. RD, 7.


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