“LOS OÍDOS DE DIOS ATIENDEN AL CORAZÓN DEL HOMBRE”

«La vida contemplativa no se puede sostener sin una profunda vida de oración litúrgica. Las contemplativas se ejercitarán en ella, ya que es un medio indispensable para alcanzar la unión con Dios. “Sus oraciones -sobre todo la participación del Sacrificio de Cristo en la Eucaristía y la celebración del Oficio Divino- son la realización del oficio preclarísimo, propio de la Iglesia, en cuanto comunidad de orantes, es decir, la glorificación de Dios”[1]; “se trata de la oración a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia” [2]». [3]

 

Podemos decir de la celebración del Oficio Divino:

No el ruido de la voz sino el deseo,
no el clamor sino el amor,
no las cuerdas vocales sino el corazón,
salmodie al oído de Dios,
la lengua sintonice con la mente
y la mente sintonice con Dios.

 

Decía el Papa Pío XII: “aunque sabemos que Dios está presente en todas partes... sin embargo, debemos sobre todo creer esto sin la menor duda, cuando asistimos al Oficio divino... Pensemos, por consiguiente, cómo se debe estar en presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y estemos de tal modo mientras salmodiamos, que nuestra mente concuerde con nuestra voz[4]. Y en otro lugar: “A la excelsa dignidad de esta Oración de la Iglesia debe corresponder la intensa devoción de nuestra alma y puesto que la voz del orante repite los cánticos escritos por inspiración del Espíritu Santo, que proclaman y exaltan la perfectísima grandeza de Dios, es también necesario que a esta voz acompañe el movimiento interior de nuestro espíritu para hacer nuestros aquellos sentimientos con que nos elevamos al Cielo, adoramos a la Santísima Trinidad y le rendimos las alabanzas y acciones de gracias debidas.

«Debemos cantar los Salmos de manera que nuestra mente concuerde con nuestra voz». De esto depende, y ciertamente no en pequeña parte, la eficacia de las oraciones. Las cuales, si no son dirigidas al mismo Verbo hecho Hombre, acaban con estas palabras: «Por Nuestro Señor Jesucristo», que, como Mediador ante Dios y los hombres, muestra al Padre celestial su intercesión gloriosa, «como que está siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb 7,25).”[5]

Durante nuestra jornada cotidiana, las contemplativas, cantamos en común todas las horas del Oficio Divino (Oficio de Lecturas, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas). “Esta oración recibe su unidad del corazón de Cristo. Quiso, en efecto, nuestro Redentor que la vida iniciada en el cuerpo mortal, con sus oraciones y su sacrificio, continuase durante los siglos en su cuerpo místico, que es la Iglesia; de donde se sigue que la oración de la Iglesia es oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre. Es necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.”[6]

 
Pidamos la gracia a nuestra Madre del cielo para que “
resuene cada vez más espléndida y hermosa la alabanza divina en la Iglesia de nuestro tiempo; que esta alabanza se una a la que los santos y los ángeles hacen sonar en las moradas celestiales y, aumentando su perfección en los días de este destierro terreno, se aproxime cada vez más a aquella alabanza plena que eternamente se tributa «al que se sienta en el trono y al Cordero».” [7]




[1] Instrucción  sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas  Venite Seorsum, 1969, n3.

[2] Instrucción sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas Venite Seorsum, 1969, n 3.

[3] Regla Monástica, Instituto “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará”, nº 25.

[4] Pío XII, Carta encíclica «Fulgens Radiatur» (21 de marzo de 1947).

 

[5] Pío XII, Carta Encíclica «Mediator Dei» (20 de noviembre de 1947)

[6] Pablo VI, Constitución Apostólica “Laudis Canticum”(1 de noviembre de 1970) 

[7]Pablo VI, Constitución Apostólica “Laudis Canticum”(1 de noviembre de 1970) 

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