Vida religiosa y santidad

La llamada a la santidad es algo perteneciente al Evangelio: Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial (Mt 5, 48); y por tanto, no es exclusivo de los religiosos, pues "todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santifica­ción" [1]. Llamada universal a la santidad que es particularmente exigente pues es a semejanza de Dios mismo: «...como» «... vuestro Padre celestial».

 

La santidad consiste esencialmente en el perfecto cumplimien­to de los preceptos de la caridad: en el amor de Dios principalmente y, en segundo lugar, en el amor del prójimo. Esto es común a todos los miembros de la Iglesia, pero el religioso tiene una especial relación con la santidad o caridad perfecta. Así lo dan a entender las palabras que Nuestro Señor dirige al joven rico: si quieres ser perfecto (Mt 19, 21), lo invita a la perfección para lo cual le aconseja: anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres... luego ven y sígueme. No se trata entonces de la perfección en cuanto a su esencia, sino de aquello que pertenece a la perfección "como medio y disposición"[2].



[1] CIC, c. 210.

[2] Cf. S. Th., II-II, 184, 3. 

Aquí se ubica la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. No son la esencia de la perfección pero sí el modo más seguro, rápido y fácil para llegar a ella. “La Iglesia ha visto siempre en la profesión de los consejos evangélicos un camino privilegiado hacia la santidad”[3]. No se exige, por tanto, que el religioso sea santo, pero sí que aspire seriamente, con una voluntad verdaderamente dispuesta a alcan­zar la santidad. "Quien abrace el estado religioso no está obligado a poseer una caridad perfecta, sino a aspirar a ella y trabajar por alcanzarla" [4]. El fin es lo que da forma a lo que se realiza. La caridad es lo único que da sentido a la práctica de los votos.

 

Por eso los religiosos en el mundo deben ofrecer un "testimonio privilegiado de una búsqueda constante de Dios, de un amor único e indiviso por Cristo, de una dedicación absoluta al crecimiento de su Reino" [5]. Especialmente ellos no deben dejar que la caridad que anima a la Iglesia corra el riesgo de enfriarse. He aquí el último sentido de los votos y de los demás ejercicios de la vida religiosa relacionados con ellos. "Éste es el sentido de la observancia que señala el ritmo de vuestra vida cotidiana. Lejos de considerarla bajo el aspecto único de obligación de una regla, una conciencia vigilante la juzga por los beneficios que aporta, al asegurar una más grande plenitud espiritual" [6].

 

La vida consagrada está orientada a la santidad del religioso y, en consecuencia, a la santidad de la Iglesia: "De acuerdo con la tradición cristiana, la vocación nunca tiene como fin la santificación personal. Más aún, una santificación exclusivamente personal no sería auténtica, porque Cristo ha unido de forma muy íntima la santidad y la caridad. Así pues, los que tienden a la santidad personal lo deben hacer en el marco de un compromiso de servicio a la vida y a la santidad de la Iglesia. Incluso la vida puramente contemplativa... conlleva esta orientación eclesial"[7].




[1] CIC, c. 210.

[2] Cf. S. Th., II-II, 184, 3.

[3] VC, 35.

[4] Cf. S. Th., II-II, 186, 1.

[5 ET, 3.

[6] ET, 36. Cf. RD, 1: "Religiosos y religiosas que, en la consagración a Dios mediante el voto de los consejos evangélicos, tendéis a una particular plenitud de vida cristiana".

[7] OR (13/01/95), p. 3.

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